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Colonos en un plantón de la UDAPT
La Amazonía actual también es de los colonos de todas las generaciones, cuya historia es hecha de esfuerzos asombrosos, de tenacidad, de aventuras ante lo desconocido, de errores costosos y de una demanda por ser reconocidos. En 1970 el gobierno de Ecuador declara a la Amazonía como una zona donde podía venir la gente a colonizar: esa declaración provoca que sectores sociales muy pobres de otras provincias vengan a vivir ahí, especialmente los campesinos que no tenían tierras.
Conforme a la apertura de vías a los pozos petroleros, la población iba llegando y cogiendo sus fincas. Las empresas abrían los caminos en la selva, hacían las exploraciones sísmicas, las infraestructuras petroleras perforaban y antes que tendieran los oleoductos para conectar los nuevos pozos con las baterías, los colonos habían levantado sus viviendas. A lo largo del camino florecen sencillas casas de madera rodeadas de tuberías y vegetación.
Como consecuencia comienzan confrontaciones entre colonos (también llamados «mestizos») y comunidades indígenas, a tal punto que la nacionalidad Kofán, como la Waorani, Siona y Siekopaai deja de ser dueña de su territorio y vive en territorios ya focalizados. Ante ese avance de la frontera extractiva-colonizadora los clanes Tagaeri y Taromenane de la nacionalidad Waorani optaron por el aislamiento voluntario, y aún hoy viven en el interior más profundo de la selva.
Historia
Históricamente el territorio amazónico fue considerado como un espacio inhóspito por la colonización española, con pocas posibilidades de generación de riqueza y una enorme dificultad para ser colonizado en los mismos parámetros de la colonización de la sierra andina o la costa ecuatoriana. Por lo tanto, hasta el siglo XVII no comenzaría el proceso de colonización y el control del territorio amazónico ecuatoriano, que estuvo a cargo en el primer momento de las misiones jesuitas.
En época más reciente fue especialmente importante en el vaciamiento de los territorios amazónicos indígenas la labor ejercida por el Instituto Lingüístico de Verano, de forma simultánea al comienzo de la explotación petrolera de la compañía estadounidense Texaco. Esta institución evangélica ubicó a la población de forma concentrada en nuevas poblaciones en la ribera de los ríos, en las que se construía la iglesia y la pista de aterrizaje en la que llegaban los pastores evangélicos y lingüistas. La estrategia territorial fue similar a la jesuita: concentrar a la población dispersa en poblados en los que se pudiera ejercer un dominio religioso y cultural. Esa estrategia fue ejecutada con métodos tanto pacíficos como violentos.
A los nuevos poblados se añadió el centro educativo de Limoncocha, que estableció el ILV con la intención de formar pastores de los propios pueblos indígenas (Waorani, Kofán, Siekopai y Siona), y que significó la forma de confirmar el cambio cultural en los pueblos amazónicos y de asegurar su disciplina respecto al nuevo poder trasnacional que se convertiría en hegemónico en el territorio. Por tanto, la estrategia de distribución territorial que incluía la urbanización fue fundamental para las operaciones de Texaco en la amazonía ecuatoriana. Esta estrategia territorial cambió completamente la forma de vida de los pueblos Kofán, Siona, Siekopai y Waorani (exceptuando los clanes que huyeron y que están en aislamiento voluntario), y provocó la desaparición de los Tetetes y Sansahuaris.